El reloj marca las nueve. Esa mañana Rosario lo tenía todo
preparado en casa. Se había percatado de que no le faltara ni el más mínimo
detalle en la limpieza de su hogar. A sus 75 años de edad nunca se ausentaba a
la cita más gratificante del año, la cita en la que sus problemas y achaques de
la edad parecían tener más solución que nunca. Ese día no tocaba ir al médico.
Suena el teléfono. Es su hijo. Es tan grande el amor por una
madre que esa mañana la había pedido libre para poderla llevar a tan señalada
cita. ‘’En quince minutos llego, mamá’’. Rosario estaba ya completamente
acicalada y arreglada para la ocasión. Esos quince minutos fueron eternos. Un
último repaso a la cocina con la escoba, algún retoque en el espejo… Al fin su
hijo llama al timbre. Antes de salir por la puerta dirigió su mirada con una
leve sonrisa hacia aquella vieja fotografía de su boda. Él ya no estaba, hacía
años que había partido de su lado. Desde ese día, Rosario entendió que el mejor
acompañante sería el color negro. Ella ya estaba acostumbrada, se había casado
de negro y sabía que en los años que le quedaban vestirá así.
El viaje en coche fue más largo de lo esperado por Rosario.
Su hijo ya le advirtió que los viernes son complicados… ‘’Pedro, si te metes
por Castellar y Churruca seguro que no hay tantos coches. ¡Acuérdate que tu
hermano siempre tiraba por allí el Jueves Santo!’’, ‘’Esta semana está cortada
San Marcos desde San Luis, mamá, así que tendremos que entrar desde Gerona…’’,
’’ ¿Este alcalde no sabe que los días grandes no puede hacer eso?’’. A las diez
y cuarto el coche se acercaba ya a Feria por San Juan de la Palma. Cinco letras
que marcan una calle que para Rosario es germen de recuerdos imborrables de su
memoria. Una memoria basada en una vida nada fácil, donde el sudor era lo
último que importaba con tal de sacar adelante a su familia. Una vida en la que
sus mayores distracciones eran ir al Mercado del barrio y ya de vuelta, cargada
con las bolsas de la compra, entrar en esa Capilla… Rosario nunca se sentaba,
para ella era una visita rutinaria, una charla con una Vecina. Y vaya si
hablaba… podían pasar las horas, que Rosario no se inmutaba. Pedía por los
suyos, por sus vecinos, hasta por el que le volvía la cara por trabajar con una
fregona… Le contaba sus compras, sus días mejores y sus días peores, sus
preocupaciones, sus alegrías… Al llegar la despedida sólo le salía musitar ‘’Madre
mía del Rosario mañana le volveré a contar’’.
El coche se detuvo en la Plaza. Una larga cola de personas
salía de la Capilla. ‘’Mamá, voy a buscar aparcamiento, yo no esperaré la fila,
así que cuando llegue me sentaré dentro’’. Rosario no se lo pensó dos veces
antes de situarse en la cola. Los minutos que pasaron hasta acceder al interior
se le hicieron más que largos. Pero Rosario sabía que toda espera tiene su
recompensa. Subió los escalones y atravesó la puerta. Ya intuía la corona,
aquella corona labrada en oro con el cariño de todo el barrio para la
Coronación de su Virgen. Poco a poco se acercaba aún más, veía la forma del
manto, las flores, la cera, el suntuoso montaje… Pero conforme iba avanzando
las lágrimas le caían y le emborronaban la visión. La visión de aquel rostro
anacarado, de aquella mirada inclinada con la que tantas y tantas veces había
soñado. Llegó el momento. Era el turno de Rosario. Sus ojos fueron directos a
sus manos. Esas manos tan delicadas, tan desgastadas por el tiempo, por el
cariño de los sevillanos. La tenía frente a frente, sabía que era una vez al
año. Sabía que en su mirada encontraría a sus padres, a su marido, a aquel
vecino antiguo que ya duerme en su regazo. El diálogo apenas duró unos minutos,
pero para Rosario habían pasado otros 75 años. ‘’Madre mía yo estoy bien, ¿y Tú?
Yo te veo más guapa que nunca…’’
Al despedirse Rosario musitaría las mismas palabras que
antaño… ‘’Madre mía del Rosario mañana le volveré a contar’’. Pero no será en
aquella Capilla, no será ante la Vecina más antigua que jamás pudiera haber
conocido. Aferrada a una vieja estampa Rosario sabe que la lejanía le impide ir
todos los días, pero sabe que su Vecina la escuchará allá donde se encuentre. Para
Rosario siempre es Octubre, por muy lejos que esté…
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